Entre la covid-19, entre las bajas de Joao Félix, Griezmann, Koke o Llorente, entre la peor racha de Simeone al frente del Atlético de Madrid, entre las dudas más insistentes en torno a una era imponente y entre la sequía goleadora que sufre Luis Suárez, este domingo surgió Ángel Correa, doble goleador determinante para reactivar al conjunto rojiblanco, reubicado en la cuarta posición y ganador incontestable contra el Rayo Vallecano, que se marchó del Metropolitano sin tirar a portería.
Un partido resolutivo que fulmina la peor secuencia de derrotas del Atlético en la Liga de la década -cuatro seguidas-, que lo repone en las plazas de la Liga de Campeones, un objetivo ineludible, y que rearma su convicción, por mas que el título sea hoy una cuestión aparentemente imposible (está a 14 puntos del liderato del Real Madrid con un encuentro menos) y que su realidad sea otra bien diferente de la que disfrutó el pasado curso como campeón y de la que se exigió en el principio de esta campaña.
No desistirá el Atlético, como tampoco lo hace jamás Correa. Hay pocos futbolistas con tanta fe en el terreno de juego como el ’10’ rojiblanco. Cree en lo increíble a veces: cada balón siempre es una oportunidad, aunque la tenga el rival, la lógica haga intuir que esa pelota nunca será suya o ni siquiera la carambola más improbable hará útil la carrera o el movimiento que casi siempre hace por opciones que nunca lo parecen más allá de su propia insistencia.
El esfuerzo no se negocia para Correa, que juega con todo donde le digan. Ni una mala cara ni una queja cuando no surge desde el once. Y cuando entra al campo lo da todo. Le salga o no. Quizá ese valor de intentarlo siempre nunca ha sido del todo reconocido en las cualidades ya de por sí visibles del delantero, como su desborde o como ese oportunismo que tantos puntos le ha dado al Atlético.