Sostenido de forma determinante por Jan Oblak, reivindicado con una actuación estelar, y lanzado por un gol de Antoine Griezmann en el minuto 55, después de resistir la presión y el desborde del Oporto, el Atlético de Madrid resurgió en la Liga de Campeones con una victoria indispensable, sentenciada por Ángel Correa y Rodrigo de Paul, que lo catapultó a los octavos de final del torneo (1-3).
No falló el equipo de Diego Simeone, entre la crítica, entre las dudas, entre la incertidumbre, entre la desconfianza de sus últimos encuentros, dentro de la pesadilla que últimamente es la Liga de Campeones para el conjunto rojiblanco, que se despertó de ella de golpe, para demostrar su carácter, para reencontrar la contundencia en las dos áreas, el argumento más irrebatible sea cual sea el escenario y el adversario, y para sobrevivir en una competición en la que surcó el precipicio muchas veces, varias este mismo martes.
No disponía Diego Simeone ni de Savic ni de Giménez ni de Felipe ni de Trippier, tres de sus cuatro centrales y el lateral derecho titular. Y a los 13 minutos perdió a su mejor goleador, a su futbolista de más jerarquía, al mejor de todos cuando delante está la portería contraria: Luis Suárez. Lesionado, desolado, incluso con alguna lágrima cuando tomó asiento en el banquillo, entre la frustración de apearse de un encuentro tan definitivo. Un severo contratiempo para el Atlético, otro más del que sobreponerse en una situación al límite. A doble o nada.